Ajedrecista ruso, nacido en Leningrado (nombre dado a la
ciudad de San Petersburgo durante el período soviético) el 23 de marzo de 1931.
Gran maestro internacional, intervino en algunos de los duelos ajedrecísticos
más emocionantes del último tercio del siglo XX. Está considerado como el mejor
jugador de todos los tiempos entre los que no han ganado jamás el título
mundial. Su apellido ha sido transcrito al castellano bajo muy diversas formas
(Korchnoy, Kortchnoy, Kortschnoj...), y su nombre suele aparecer también bajo
la habitual formulación española de Víctor.
Tuvo una infancia y una adolescencia muy penosas, marcadas
por el hambre, el dolor y las dificultades económicas. La muerte de su padre,
sobrevenida durante la II Guerra Mundial, le convirtió en huérfano a muy
temprana edad y le obligó a desarrollar precozmente ese espíritu combativo que,
andando el tiempo, habría de caracterizarle como deportista.
Sus primeros escarceos ajedrecísticos constituyen los únicos
recuerdos gratos que guardó de su niñez, ya que empezó a dominar este juego a
los seis años de edad, cuando aún no había comenzado esa contienda feroz que
habría de sumir en la miseria a su familia. A los diez años de edad vivió en
primera persona el rigor del cerco de Leningrado bajo el fuego de las tropas
alemanas, en el transcurso del cual tuvo que pasar por el forzoso trance de
arrastrar los cadáveres de su abuela y de un hermano durante varios kilómetros,
hasta llevarlos al cementerio donde recibieron sepultura. Esta experiencia le
marcó profundamente, al tiempo que le enseñaba que su facilidad para el ajedrez
era su único medio de salir adelante.
En plena conflagración bélica, durante el ya citado cerco de
su ciudad natal por parte del ejército nazi, sobrevivió robando cartillas de
racionamiento de los bolsillo de los muertos que encontraba por las calles. Así
logró resistir hasta que, en 1945, con catorce años de edad, fue descubierto
por el director del club de ajedrez de Leningrado, quien, sorprendido por su
enorme talento, decidió apoyarle en su prometedora carrera.
Fue así como el joven Korchnoi fue ganando numerosos títulos
juveniles que le convirtieron en una de las grandes revelaciones del ajedrez en
la Unión Soviética de mediados del siglo XX. Ya convertido en profesional, y
compitiendo en las máximas categorías de adultos, confirmó las expectativas de
su descubridor y de quienes habían confiado en él alzándose con el Campeonato
de la URSS en 1962, título que habría de revalidar en otras tres ocasiones
(1962. 1964 y 1970).
Durante aquella prodigiosa década de los años sesenta,
Korchnoi, siguiendo la estela del Gran Maestro ruso Mijail Botvinnik, se curtió
entre la élite ajedrecística soviética por vía de sus enfrentamientos con
grandes campeones como Tigran Petrosian, Mijail Tal y Boris Spassky. En aquella
primera etapa de su trayectoria como figura de relieve nacional, el joven
Korchnoi hacía gala de un estilo aguerrido y combativo, basado en el
planteamiento de posiciones defensivas de gran complejidad, así como en el lanzamiento
de agresivos e implacables contraataques que le identificaban -en su forma de
juego- con la gran revelación estadounidense Bobby Fischer.
El ascenso vertiginoso del singular maestro norteamericano
coincidió con los primeros problemas de Korchnoi en su carrera ajedrecística,
derivados no de las vicisitudes inherentes al juego y la alta competición, sino
de sus desavenencias políticas con el régimen soviético. Cuando Spassky, tras
haber vencido a su compatriota Petrosian, se proclamó campeón del mundo en
1969, el gobierno de la URSS, deseoso de preservar la supremacía ajedrecística
soviética frente al empuje imparable del joven jugador de Chicago, decidió
promocionar a una serie de valores nacionales entre los que tendría que surgir
el sucesor del vigente campeón (y, en consecuencia, el paladín soviético que
contuviese el ascenso vertiginoso de Fischer). Para sorpresa de muchos, ni el
veterano Smyslov -que acababa de demostrar su buen momento, imponiéndose, entre
otros campeonatos, en el Torneo conmemorativo del L Aniversario de la
Revolución de Octubre (1967)-, ni la gran promesa Korchnoi entraron en los
planes de apoyo y promoción de la Federación Soviética, que les marginó hasta
el extremo de negarles la oportunidad de participar en competiciones internacionales.
Ambos ajedrecistas pagaban así las discrepancias que habían empezado a mostrar
frente a la férrea disciplina política de sus colegas.
A pesar de estas cortapisas, Viktor Korchnoi siguió
perfeccionando su juego hasta convertirse en una de las figuras cimeras del
ajedrez soviético, de tal suerte que, en 1974, alcanzó la I final de Candidatos
al Título Mundial. Se enfrentó, en Moscú, con su compatriota y amigo -aunque
más tarde enemigo político- Anatoly Karpov, quien le derrotó y accedió de esta manera
al enfrentamiento directo con Fischer, a la sazón ya erigido en Campeón del
Mundo. Fischer planteó luego unas condiciones que la FIDE (Federación
Internacional de Ajedrez) no quiso aceptar, por lo que el Campeonato por el
título del Mundo no llegó a celebrarse: el norteamericano quedó desposeído de
su título sin que pudiera defenderlo, y Karpov pasó así a ostentar, en 1975, la
corona mundial ajedrecística, en una carambola que bien podría haber llevado a
la cima de Ajedrez internacional al desafortunado Korchnoi, si éste hubiera
vencido a Karpov en Moscú un año antes.
Lejos de desanimarse, su carácter combativo le llevó a
cosechar otros grande éxitos en diferentes torneos internacionales. Pero la
inquina de las autoridades comunistas era ya insalvable, por lo que, para poder
acceder a las oportunidades que la Federación Soviética le escamoteaba,
Korchnoi desertó durante un campeonato celebrado en Amsterdam en 1976,
convirtiéndose así en el primer Gran Maestro Internacional de la Unión
Soviética que renegaba de su patria.
Durante algún tiempo residió en los Países Bajos, donde
derrotó sin problemas al campeón nacional, Jan Timman, dejando clara constancia
de que, con Fischer en la sombra, la supremacía ajedrecística de la escuela
rusa era, por aquel entonces, un hecho incuestionable. Sin embargo, no tuvo
ocasión de seguir midiendo sus armas con las primeras figuras de su país, pues
éstas -a instancias de las autoridades políticas- acordaron renunciar a jugar
con Korchnoi en señal de condena a su voluntaria expatriación.
Este boicot de los ajedrecistas de la antigua Unión
Soviética se prolongó durante ocho años (1976-1984), si bien contempló la
excepción del Campeonato Mundial de 1978, en el cual el vigente campeón del
mundo, Anatoly Karpov, se vio obligado a enfrentarse con el aspirante oficial
de la FIDE, Viktor Korchnoi (si no quería verse despojado de su título por
negarse a ponerlo en juego, como le había ocurrido a Fischer). Celebrado,
finalmente, en Baguio (Islas Filipinas), este enfrentamiento por el Título
Mundial se recuerda como el más extraño y polémico de todos los tiempos. Tanto
Karpov como Korchnoi, erigidos motu proprio en sendos abanderados de las
ideologías y los sistemas políticos con los que cada uno de ellos comulgaba
-respectivamente, el comunismo y la disidencia apátrida-, protagonizaron
peregrinas discusiones y mutuas imputaciones que, en la mayor parte de los
casos, no tenían nada que ver con los sesenta y cuatro escaques y las treinta y
dos piezas que son el único material indispensable para disputar una partida
ajedrecística. Por exigencias de uno o de los dos contendientes -cada vez más
nerviosos, a medida que se acercaba el comienzo del duelo-, se examinaron con
Rayos X las sillas en las que habrían de sentarse los jugadores, como medida
preventiva para detectar la posible colocación de cualquier dispositivo ilegal
destinado a anular la concentración de los contendientes; Korchnoi protestó
airadamente por la presencia, en el equipo de Karpov, del Dr. Zukhar, un
conocido hipnotizador que, en opinión del exiliado de la Unión Soviética, sólo
habría de asistir al match con el propósito de generar interferencias en su
proceso mental; Karpov protestó también por la decisión de Korchnoi de
utilizar, durante el juego, grandes gafas con los cristales de espejos (que el
aspirante justificaba por la necesidad de impedir que la mirada del
hipnotizador incidiese directamente en su pupilas); y Korchnoi denunció, entre
otras muchas protestas injustificadas dictadas por el nerviosismo reinante, que
los asistentes del vigente campeón le transmitían secretos mensajes al enviarle
el yogur que éste solía consumir durante las partidas. Se llegó, incluso, a
discutir airadamente por el tamaño, la colocación y la elección de las banderas
que, colocadas a un lado de la mesa, identificaban las respectivas
nacionalidades de ambos jugadores.
Con la atención mundial puesta en el enrarecido escenario de
Baguio (nunca, hasta entonces, la prensa internacional había dado tal cobertura
a un duelo ajedrecístico), el trascurso del campeonato no fue menos
emocionante, si bien es verdad que el juego desplegado por el campeón y el
aspirante no estuvo nunca a la altura de un enfrentamiento por Título Mundial.
Karpov empezó arrasando, circunstancia a la que se agarraron Korchnoi y los
suyos para insistir en su denuncia de las añagazas que imputaban a Karpov y a
los servicios secretos soviéticos que, según ellos, le respaldaban; pero, en
una remontada espectacular, el aspirante ganó tres partidas de cuatro
consecutivas, estableciendo en el marcador un elocuente empate a cinco
victorias cuando parecía que el triunfo de Karpov iba a ser incuestionable. Sin
embargo, en la partida siguiente el campeón se impuso y alcanzó con esta
victoria los seis puntos necesarios para revalidar su título. El extraño match
se resolvió, pues, tras treinta y dos partidas, con seis victorias para Karpov,
cinco para Korchnoi -que, una vez más, se quedaba a las puertas de ese título
de Campeón Mundial que faltaba en su palmarés- y veintiún encuentros resueltos
en tablas.
Cada vez más convencido de que el triunfo de Karpov había
venido favorecido por los poderosos tentáculos del aparato soviético, Korchnoi
siguió empecinado en alcanzar el título por sus propios medios, en una gesta
que, por su parte, tampoco interpretaba como un innegable éxito de su esfuerzo
particular, sino como un símbolo de la epopeya colectiva de quienes se habían
atrevido a disentir, desde el mismo seno de la URSS, de los principios
comunistas que sostenían el régimen soviético. Este tesón -sumado a su
innegable calidad ajedrecística- le permitió volver a ganar el torneo de
candidatos al Título Mundial, con lo que, en 1981, volvió a sentarse frente a
su poderoso rival -y antiguo amigo- como aspirante a arrebatarle la corona que
ostentaba desde 1975.
El nuevo Campeonato del Mundo se celebró en Merano (Italia),
en medio otra vez de fuertes tensiones políticas. Korchnoi denunció
públicamente la terrible situación por la que atravesaban su mujer y su hijo, a
quienes las autoridades comunistas impedían abandonar la URSS. Tal vez el dolor
y la preocupación causados por esta separación fueron las circunstancias
desencadenantes del hundimiento inesperado del candidato, que cayó derrotado
por un inapelable tanteo de seis a dos. La prensa deportiva del todo el mundo
acuñó, para referirse a este match, el crudo marbete de "la masacre de
Merano".
En la siguiente ocasión en que Anatoly Karpov ponía en juego
su título de campeón mundial, Korchnoi llegó de nuevo a la final de candidatos
para enfrentarse, en el match decisivo del que habría de salir el aspirante
oficial, a su compatriota Garri Kasparov. Esta joven promesa del ajedrez, que
pronto habría de convertirse en el campeón mundial más joven de la Historia, ya
había sido derrotado en 1984 por Karpov, en otro polémico campeonato que había
sido suspendido inesperadamente por el Presidente de la Federación
Internacional de Ajedrez (FIDE), el filipino Florencio Campomanes, cuando el
tanteo reflejaba un cinco a tres favorable al vigente campeón.
Irritado por esta polémica decisión de la Federación
Internacional -que, oficialmente, intentaba preservar la salud mental de los
dos contendientes tras la disputa encarnizada de cuarenta y ocho partidas-,
Kasparov se enfrentó a Korchnoi en 1985 para volver a ser declarado aspirante
oficial. El encuentro entre ambos candidatos, que debía celebrarse en Pasadena
(California), se decidió en favor de Korchnoi por incomparecencia de Garri
Kasparov, a quien la Federación Soviética impidió viajar hasta dicha localidad
del Oeste de los Estados Unidos alegando que allí residía Bobby Fischer; pero
Korchnoi, solidario con un colega que, como él, era víctima de las intrigas
políticas de los dirigentes de su nación, se avino a celebrar un nuevo duelo en
Londres, donde, tras un comienzo brillante por parte del apátrida, fue
literalmente arrasado por el juego agresivo y demoledor de esa joven figura que
ya empezaba a ser conocida en todo el mundo como "El Tigre -o el Ogro- de
Bakú".
Esta derrota no supuso, empero, la desaparición de Viktor
Korchnoi de la élite ajedrecística mundial. Afincado en Suiza, durante la
década de los ochenta continuó rayando a gran altura en numerosos torneos
internacionales, y llegó a tomar parte en las Olimpíadas como representante del
país que le había acogido. Continuó explotando esos rasgos característicos de
su juego que le habían dado tantos éxitos (a saber, la extraordinaria solidez
defensiva y el impetuoso contraataque), si bien se fue resintiendo cada vez más
de los vicios y defectos que también constituían una parte inseparable de sus
señas de identidad (entre ellos, tal vez el peor era su mala administración del
tiempo, que le condujo a perder muchas partidas más por apremios del reloj que
por la eficacia de su adversario).
Fumador impenitente en su juventud y madurez, Korchnoi
abandonó el vicio del tabaco en la década de los noventa, lo que, según
testimonios del propio Gran Maestro Internacional, redundó de manera muy
positiva en su salud física y mental, y le insufló nuevas fuerzas para vivir un
segundo período de esplendor al comienzo de su vejez (su otro secreto para
estar siempre en forma era dasayunarse todos los días con caviar). Así, en el
ciclo del Campeonato Mundial celebrado en Groningen (Países Bajos) en 1997, un
"juvenil" Korchnoi de sesenta y seis años de edad, apodado desde
mucho tiempo atrás Viktor el Terrible, se deshizo en los octavos de final del
Gran Maestro inglés Nigel Short, ante el asombro del derrotado, que no daba
crédito a la resistencia física y mental exhibida por el veterano jugador de
Leningrado tras un durísimo match; y a punto estuvo Korchnoi de volver a
alcanzar la final de aspirantes, de no haber sido por la derrota que le
infligió, en cuartos de final, el joven Michael Adams.
Además de los éxitos reseñados en parágrafos superiores, el
palmarés de Viktor Korchnoi está jalonado de grandes victorias cosechadas en
confrontaciones de todo el mundo. Entre ellas cabe destacar las que alcanzó en
los torneos de Palma de Mallorca (1968), Wijk aan Zee (1971, 1984, 1987), Lone
Line (1981), Tilburg (1985), Las Palmas (1991), San Francisco (1995), Madrid
(1995) y Copenhague (1996). También se alzó con el triunfo en los campeonatos
de Suiza de 1982, 1984 y 1985. Su historial es tan rico y brillante que, a
finales del siglo XX, la FIDE le mantenía, a título honorario y vitalicio, el
ELO -ránking o registro de puntos que señala la trayectoria de cada uno de los
ajedrecistas federados- equivalente a la media de las respectivas puntuaciones
de cada uno de los Grandes Maestros Internacionales inscritos en los torneos en
los que Korchnoi participaba, con independencia del ELO real que en ese momento
tuviera el ajedrecista de Leningrado (y siempre que, claro está, que dicha
media no fuera inferior a la que entonces tenía Korchnoi).
Uno de mis jugadores favoritos, ejemplo a seguir, luchador, guerrero del tablero y amante incansable del ajedrez. M.V
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