lunes, 11 de mayo de 2015

Mi ultima gran jugada... (Rafael Cariño)






Mi última gran jugada

 Hay demasiadas cosas que no recuerdo, a pesar de intentarlo una y otra, y otra vez.
He llegado a ignorar mi vida y mi nombre. Otras cosas, sin embargo, las recuerdo muy bien.

 A chinolo lo conocí en los noventa cuando él era un niño aún. Creo que fue los primeros días de febrero. Es lo que puedo recordar...
¡lo siento, olvido muchas cosas!

 Le decían chinolo porque una vez intentó con éxito las jugadas del maestro ruso Mikhail Chigorín. Antes de comenzar la partida dijo: voy a jugar como lo hacía chinolo. A partir de ese momento, y en medio de la ocurrencia, todos lo conocieron por chinolo el ajedrecista. Simplemente, es un rival muy fuerte. Quizás en otras épocas pudo haber librado batallas épicas con los titanes de las dos k. Lo cierto que con los años, comenzó a jugar con la ofensiva de las certeras y mortales saetas de artemisa y su defensa era indestructible como los muros de Ilión. Fue ganando fama y respeto. Participó en torneos internacionales y llegó a ganar algunos de ellos. En los que no llegó a ganar, al menos estuvo disputando la final. Pero su batalla más importante la libró cuando era un niño. Recibió su ajedrez de bolsillo cuando cumplió nueve. Acababa de terminar su gran partida, la que le cambió la vida para siempre, en la segunda ronda se enfrentó a la leyenda que había admirado durante su corta vida, había oído hablar del maestro invencible que todos llamaban "El rey asesino".
  Para chinolo el rey asesino era más que una leyenda viviente, era su ídolo. De pronto, verse allí frente a aquel hombre de edad avanzada, cuyas jugadas magistrales le dieron el merecido pseudónimo, era una especie de sueño hecho realidad. El rey asesino estaba viviendo el ocaso de su carrera, incluso había perdido gran parte de sus habilidades del pensamiento; cosa que lo llevó a la decadencia de su nivel ajedrecístico.  Pero allí estaba chinolo... nada más y nada menos que frente al rey asesino.  El rey comenzó modestamente con su acostumbrado movimiento del peón de dama a dos pasos... chinolo lo pensó muy bien, repasó en su mente todas las posibles respuestas que podía tener frente a esta jugada y frente a este maestro que una vez fue el mejor... jugó... y no sólo eso... "ganó".
  Fue el rey asesino quien le obsequiara aquel juego de bolsillo, después de eso su vida nunca más fue la misma.  Dormía con el ajedrez, soñaba con el ajedrez.  De las 24 horas del día, hablaba 64 de puro ajedrez.  Comía ajedrez y hasta defecaba ajedrez; no en sentido literal, claro está, pero el retrete era un buen momento y un buen lugar para reflexionar sobre sus cagadas en el ajedrez.
   Se volvió después de eso en el rival tan fuerte que hoy conocemos. Algunos más osados llegaron a pensar que en secreto comenzó a leer el libro mítico del maestro caído. Aquel libro que nunca existió pero que era la única explicación lógica que tenían para justificar que ese niño de nueve años fue convirtiéndose en el chinolo de hoy.

  Pero la verdad sea dicha, todo gran maestro tiene una última gran jugada, una que supera todas las anteriores.  Quizás aquel mito de que el maestro dejara un libro, explicando sus mejores partidas, quedará para siempre en la imaginación de cada jugador de este deporte, eso jamás será comprobado.  Pero de lo que si tenemos certeza es que al regalarle aquel pequeño ajedrez imantado a ese niño, dejaba todo un legado que perdurará por mucho. Pocos serán los que entiendan este sacrificio como última jugada maestra que le propinó el jaque mate a la vida misma.

  Como dije al principio, hay muchísimas cosas que no recuerdo, a veces olvido hasta mi propio nombre, es natural porque soy un anciano en sus días finales.  Sólo puedo recordar que hace muchos años en el segundo día de febrero (ahora recuerdo ese detalle) me senté a jugar frente a un niño, estreché su mano y le hice un regalo... Luego de eso seguí mi camino.


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