viernes, 6 de febrero de 2015

ALEKHINE EN CHIVACOA





ALEKHINE EN CHIVACOA
Radamés Laerte Giménez
Porque esta vida no es -como probaros espero-, mas que un difuso tablero de complicado ajedrez. Omar Kayyam
Le tocaba al día jugar con las blancas. Temprano fue cuando, comprobado el orden de los reencuentros, procedimos a sorber los primeros líquidos de la amistad. Ese barrio de Chivacoa era como un gran tablero transitable con sus ocho cuadras por ocho: podían recorrerse sus calles imitando los movimientos de piezas del ajedrez. Al local convenido llegamos los convidados, distribuidos en primera fila estábamos prestos al sortilegio de la movida borgiana. Nos acogimos a las consabidas chanzas de Roger y Monche, dueto de piezas de tonos contrarios pero con afectividades armoniosas. El maestro Cruz nos regresó a la anécdota del gran Alekhine quien, tal vez recordando las partidas por la reconquista del título frente al Doctor Euwe, se echó a dormir en la olvidada habitación de Lisboa de donde no se pudo incorporar. Los francos cauces de la bohemia engendraron en el centro del tablero erráticos sortilegios que pudieron escenificarse en los escaques blanquinegros de Chivacoa como un gran ajedrez viviente. Lugar eclosionante de talibanes y libadores, tiene para sus insomnes la audacia de una táctica y de una estrategia.
Los cuadros blancos: los días, los cuadros negros: las noches...
Avanzadas las rondas se perfilaron las vanguardias. William y Monterrey rehicieron a la vista general la fingida disputa por un peón espectral el cual, juguetón y goliardo, dispuso su marcha sin mano tangible que lo moviera. Sal y aliño de esa tarde que se dejó deslizar por el suave tobogán de las risas y las alegrías. Fue la misma ruptura contra los pactos de sobriedad que arriesgó Alekhine frente al aclimatado Doctor Euwe, plenando la sala de atajos contra la cordura.
Y ante el tablero, el destino acciona allí con los hombres, como con piezas que mueven a su capricho sin orden...
Tocaba a la noche jugar con las negras. Con recto movimiento de torre nos enfilamos al hogar de los orígenes y de las nostalgias. Allí, donde la madre memoriada se afanó alguna vez en platos colmados y en camas dispuestas. Otra batalla de encendidos tableros apuntó hacia los confines de ésa nuestra Persia bruzualense. En las orillas se fue quedando Betancourt, regresado a su estuche de donde dirige sus piezas a larga distancia. Agotado el tiempo de ciclos repetidos nos colocamos en fianchetto, apuntando hacia los ojos nocturnos de la belleza, custodiada ella desde el lustrado mostrador y flanqueada por los lamentos de Dúrcal y Juan Gabriel.
Y uno tras otro al estuche van. De la nada sin nombre.
Nos fuimos con Keller y Daniel a contrapeso de las sombras, llamando a la imagen tangible de Jota Jota, Carlos Mendoza y Bazán. Zagaces peones los nuestros en procura de coronación. Pudimos ser las siluetas errantes de ese entramado milenario que muchos están tentados a jugar. O fuimos, tal vez, ese último sueño del cual Alekhine no pudo nunca despertar.

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